Oryx y Crake by Margaret Atwood

Oryx y Crake by Margaret Atwood

autor:Margaret Atwood [Atwood, Margaret]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


Universidad de Asperger

Crake y Jimmy se comunicaban por correo electrónico. Jimmy se quejaba de la Martha Graham en mensajes que esperaba resultaran divertidos, aplicando adjetivos atípicos y chocantes a sus profesores y compañeros. Definía la comida como reciclaje de botulismo y salmonela, le enviaba las listas de las criaturas de más de dos patas que se había encontrado en su habitación y se lamentaba de la escasa calidad de las sustancias modificadoras del estado de ánimo que se vendían en el mal surtido mercado estudiantil. Por puro instinto de conservación, le ocultaba los detalles de su vida sexual, salvo algunas pistas mínimas (sí, bueno, a lo mejor las tías estas no saben contar hasta treinta, pero ¿a quién le importan los números en la cama? Siempre y cuando sigan creyendo que me mide veinticinco, claro. Es broma. Ja ja ja.).

No conseguía evitar alardear un poco, porque al parecer —por todos los indicios que le habían llegado hasta entonces—, ése era el único terreno en el que aventajaba a Crake. En HelthWyzer, su amigo no había sido precisamente activo, en lo que a su vida sexual se refiere. Las chicas se sentían intimidadas por él. Sí, es cierto, había atraído a un par de obsesivas que le consideraban capaz de andar sobre las aguas y que le seguían por todas partes y le enviaban mails cursis y fervorosos y que amenazaban con cortarse las venas. Tal vez en alguna ocasión llegara a acostarse con ellas, pero nunca había perdido la cabeza. El enamoramiento era el resultado de una alteración química y, por tanto, algo real, pero según él se trataba de un estado engañoso inducido hormonalmente. Además, era humillante, porque te ponía en desventaja, concedía demasiado poder al objeto amoroso. En cuanto al sexo en sí mismo, no constituía un reto ni una novedad, y en general representaba una solución sumamente imperfecta para el problema de la transferencia genética intergeneracional.

Las chicas que se acumulaban en el haber de Jimmy encontraban a Crake bastante raro, y él se sentía superior saliendo en su defensa. «No, es normal. Lo que le pasa es que viene de otro planeta», les decía muchas veces.

Pero ¿cómo saber cuáles eran sus circunstancias presentes? Crake explicaba pocos detalles sobre sí mismo. ¿Compartía la habitación con alguien? ¿Tenía novia? Nunca mencionaba una cosa ni la otra, pero eso no significaba nada. En los mails que le enviaba le describía las instalaciones del campus, que eran impresionantes —la cueva del tesoro de Aladino, rebosante de artilugios para la investigación biológica—, y ¿qué más? ¿Qué más le decía Crake en esas comunicaciones recién estrenadas desde el Watson-Crick Institute? Hombre de las Nieves no lo recuerda.

Jugaban largas partidas de ajedrez, eso sí. Dos movimientos al día. Jimmy había mejorado. Se le daba mejor sin la presencia perturbadora de su contrincante, sin su manera de hacer tamborilear los dedos en la mesa y de murmurar para sus adentros, como si fuera capaz de prever los siguientes treinta movimientos y estuviera esperando, paciente, a



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